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Saturday, May 27, 2006

La camisa azul

En la escalinata del templo,
alejado de los mendigos
que pululan en la entrada
principal en víperas
de los oficios,
recostado en uno
de los escalones,
al cruzar la avenida,
me topeté con este
sujeto que me pedía fuego.

El cigarrillo apretado
entre los dedos vacilantes,
más parecía un porro
que un tabaco normal.

Cuando le dije que no fumaba
me miró con cierto desprecio y,
cambiando el ángulo de tiro,
me preguntó si le podía dar
unos pesos para comer.

Al estirar la mano
para agarrar la limosna
corriose la manga de la
camisa azul y pude ver
en el brazo las marcas
que anunciaban una
colección de pinchazos,
por vaya a saber,
cuantas jeringas.

Dudé un momento
en entregarle el dinero,
para evitar que siguiera
consumiendo, pero, en verdad
lo mío era una gota de agua
en el mar de la vida
y de dí los billetes.

En el noticiero de la noche,
cloaca con varios vertederos,
pasaron el anuncio de que
un auto había atropellado
a un transeúnte, aparentemente
drogado, que cruzaba por la
esquina de la iglesia.

La cámara morbosa,
al hacer el enfoque
me enseñó un brazo que asomaba
bajo los diarios que cubrían
el cuerpo y creí reconocer
aquella camisa color azul.

Saturday, May 20, 2006

Raso blanco

Cuando las colgaduras
de la efímera pasión
terminaron de apagar
tu primer amor,
sentiste la obligación
de cerrar los ojos
para que el odio
que fulguraba
en tus pupilas
no perdiera fuerzas.

El dolor impenitente
se hizo más intenso
cuando descubriste
que todo estaba perdido,
menos el hijo clavado
en tu vientre plano
y sedoso,
concebido en aquellas
noches enardecidas
entre sábanas
de raso blanco.

Saturday, May 13, 2006

Serenata

La serenata encepada
en la trémula voz
de la mañana,
esparció el cantar
de las guitarras
entre tu rostro
y el cielo.

Saturday, May 06, 2006

La llamada

Todos tenemos momentos de cobardía
que nos sorpreden en algún tramo
de la vida.

Un día cualquiera,
del mes pasado,
apareció en el móvil
una llamada perdida
con identificación
de dígitos.

Cuando lo iba a borrar
me picó la curiosidad
de conocer quién estaba
al otro lado de la línea.

Hice el intento
y me respondió una voz
femenina poco audible.

Le comenté el motivo
y si, realmente, se había
equivocado.

No, me dijo.
Yo te conozco.

Mi nombre y apellido
confirmaron que estaba
en lo cierto.

Me quedé, atónito.

¿ Quién eres? pregunté,
y una débil carcajada sonó
irónica en el tartamudeo
de las ondas.

Me lo dijo.

Y en la búsqueda
impaciente por los pliegues
de la memoria
me encontré con una historia
que parecía cerrada para
siempre.

Ahí estaba ella,
aprisionada en las arrugas
que empiezan a florecer
en cuerpo y alma.

¿ Qué hacer ? me pregunté.
Y tuve miedo de desandar
el camino y abrir puertas
clausuradas a cal y canto.

Apagué el teléfono
y al día siguiente
cambié de número.