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Saturday, March 25, 2006

Las cuentas

Afuera montaban guardia
los sicarios del gobernador
para ajustar cuentas
pendientes desde la última
juerga en el quilombo
de la Marta.

Pensó en escapar
por los techos,
pero desechó la idea.
Con la pierna coja
resultaría casi imposible
escalar el muro
y correr por el cinc acanalado.

Buscó abajo del mostrador
una puerta trampa salvadora
que lo llevara al sótano,
pero el piso de madera,
gastado y sucio,
no mostraba salientes
ni manijas.

El depósito pegado al bar
era inaccesible porque la
puerta de chapa,
estaba cerrada con
tranca y llave.

Se acordó de Antonia
con su mirar profundo,
de su manos cálidas
y su forma de amar
con pasión y ternura.

Esquivó la angustia
que caminaba por las
cornisas de la noche,
y se mordió los labios
para no llorar.

-Dios padre - murmuró
- ten piedad de este indio
estúpido que nunca te
pide nada -; le respondieron
los grillos escondidos en las
paredes carcomidas.

Evidentemente, no había
alternativas.
Recargó el 38 largo,
amartilló el percutor,
escupió el último resto
de tabaco, y salió
a morir matando.

Saturday, March 18, 2006

La visita

Llovía torrencialmente
cuando sonó el timbre,
estridente, rompiendo
el silencio de la siesta.

La figura empapada
algo gacha, apoyada
en un bastón de algararrobo
insistía con el dedo pegado
al interruptor.

Un soplo de sospecha
nubló, ligeramente,
los ojos de mi madre
parada en el descando
de la escalera, sin atreverse
a bajar hasta la puerta
de calle.

Desde el dormitorio yo
espiaba aquella escena
teñida con cierto temblor
en la boca del estómago.

La lluvia agitaba
los árboles del parque
y la humedad hacía más
pegajoso el verano tardío.

Cuando ella abrió la puerta
una leve corriente de aire
cruzó el espacio salpicando
con pequeñas gotas la
vieja alfombra persa
despelechada por los años.

La exclamación de su voz,
la recuerdo aún hoy
cuando veo llover como
aquel día en que mamá,
al abrir la cancela
se encontró cara a cara,
con un anciano
destruído por la vida,
que , mirándola mansamente
como perro enfermo,
le dijo quédamente:
- Sé que no tengo derecho
a mirarte la cara,
pero, mujer, ¿ me dejarías
morir en mi casa?

Saturday, March 11, 2006

Cerro Concepción

Nunca antes
se había llegado tan lejos
en esa disputa por el cerro
que separaba las dos
propiedades y daba sombras
al pueblo recostado
en la ladera este.

El litigio no se amparaba
en títulos ni herencias,
tampoco en fallos
judiciales o en pergaminos
coloniales apolillados
en vaya saber que registros.

La cuestión pasaba
por amores clandestinos
en circunstancias oscuras
y perdidas en la memoria
pueblerina.

Nadie se atrevía a contar que
Concepción Rojas de Arévalo,
legalmente casada
con libreta y cura,
enamorose perdidamente,
sin vergüenza y con pasión
bastante desenfrenada,
del francés vendedor
de baratijas y brebajes
para el dolor de muelas ,
que recaló en el poblado
al final del invierno,
un montón de años atrás.

Cuando el rumor llegó
al campo de los Arévalo,
habían pasado varios meses,
casi un año.
En el interín, el astuto galo,
con dineros ganados
en sus andanzas y joyas
que la Concepción aportara,
adquirió unas leguas
al otro lado del cerro que
servía como muro de contensión
con la estancia "La Purísima"
del mismísimo marido de la
dama encamotada.

Una tarde, como Dios manda,
el honor empuja y los celos
ejecutan,
galopó Sebastián Arévalo
carabina en ristre hacia
el otro lado del cerro.
Uno de sus peones siguió
a la señora de la casa que,
habiendo partido,
siesta de por medio,
se refocilaba con su
amante bonapartista.

El encuentro fué para dirimir
lo que una pollera puede causar
cuando el sol calienta
el bajo vientre.
Se cruzaron dos disparos,
uno salió de la carabina
Remington que portaba
el hombre de a caballo y,
el otro, de una escopeta
calibre 16, un solo caño,
pavonada y con culata de
cedro repujado.

Actualmente, las tierras de
doña Concepción Rojas ,
viuda de Arévalo, se
extienden en ambas
pendientes del cerro que,
por gentileza del alcalde,
calzonudo de primer turno,
fué llamado Concepción
para pagar los favores
de tan ilustre dama,
mientras que en el cementerio,
dos tumbas, casi abandonadas,
separadas por un sendero
de tierra, se miran de reojo,
todos los santos días.

Saturday, March 04, 2006

El cortejo

El sonido de la aldaba
quebró la transparencia
de la madrugada,
mezclándose con los
primeros trinos de
las aves invernales.

El sudor frío
marcó la camisa
blanca e impoluta
con dos largas rayas
sobre la pechera
almidonada.

Era el momento
de enfrentar el llanto
que brotaba de aquellos
ojos marrones y se perdía
entre la rosas amarillas
adocenadas en jarrones
de porcelana china.

Tomó el abrigo
y, devotamente, se
lo echó a la espalda.
Sombrero y bastón
lo aguardaban en el
vestíbulo
enmaderado y tibio.

Afuera, en el coche
tirado por cuatro alazanes
ataviados con negros crespones
donde reposaba el cuerpo
de su amada,
formaba el cortejo
numeroso y doliente
para emprender el camino
sin retorno.